Restaurante Porta Gaig T1 Aeropuerto del Prat Barcelona
Para aquellas personas cuyo día a día transcurre en las principales terminales de aeropuerto de medio mundo, algo tan básico y necesario como comer bien se convierte, en un sinfín de ocasiones, en toda una odisea. Conscientes de ello y con el fin de ofrecer una completa experiencia en el uso y disfrute de sus múltiples servicios e instalaciones, el Aeropuerto del Prat de Barcelona amplía su oferta en restauración con dos nuevas aperturas de lujo firmadas por el célebre restaurador poseedor de una Estrella Michelín, Carles Gaig.

Desde principios de año la Terminal 1, también conocida como T1, cuenta ya con dos nuevos espacios gastronómicos de alta cocina de mercado, con los que por un lado deleitar los paladares de los pasajeros más exigentes y por otro dar a conocer al mundo a uno de los máximos exponentes de la gastronomía catalana en nuestro país. Sin duda un escaparate sin precedentes donde poder compartir con todos aquellos quienes lo deseen, un pequeño pedazo de la ciudad antes de llegar a su destino.

El Restaurante Porta Gaig, situado justo en la entrada, nació en respuesta a las necesidades de los distintos perfiles de pasajero que cada día recibe la terminal. Pensando tanto en aquellos que disponen del tiempo justo para comer antes de embarcar como en aquellos a los que le gusta viajar con tiempo, se proyectaron dos espacios: una elegante barra de pizarra labrada donde servir tapas y platos más ligeros y un amplío y diáfano salón comedor color vainilla con vistas a los despegues en directo donde poder disfrutar de una experiencia mucho más completa y relajada.

La barra aporta un toque regio y moderno al espacio y convive en perfecta armonía con la atmósfera serena y tranquila del comedor. Por difícil que resulte de creer, lejos queda el bullicio y el estrés que reina de puertas hacia afuera. Su mobiliario, cuidadosamente elegido, combina armónicamente con el uso de materiales nobles como la madera de roble empleada en el revestimiento del parquet y el mobiliario con  la piel de del tapizado de los sofás y las sillas. Sin duda todo en ejercicio de estilo donde la totalidad del conjunto permite al comensal sumergirse de pleno dentro de uno de los más fascinantes universos creativos de nuestra cocina.

Tras mi regreso de Bruselas, allí decido reunirme con Agustín Rodríguez, Jefe de Oficina de Prensa en Catalunya de AENA y Francisco Javier Monfort, Coordinador de la Oficina de Prensa en Catalunya de AENA para presentarme las últimas novedades en servicios que se ofertan en las terminales.

Nada más sentarnos, comentamos que la extensa carta del restaurante homenajea a clásicos intemporales de siempre y al mismo tiempo seduce con nuevas propuestas de temporada. Partiendo de una base compuesta por ingredientes de primerísima calidad y un servicio más que excelente, elegir se convierte en una ardua tarea que nos lleva algunos minutos más de la cuenta. 
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La comida da comienzo con una suave y fresca crema de puerros regada con aceite de oliva virgen con la que preparar nuestro paladar. Un sano aperitivo con el que dar el primer aviso a nuestras papilas gustativas de lo que está aún por llegar.

El pistoletazo de salida lo da una ensalada con ventresca de atún. A modo de lienzo en blanco, un lecho vegetal, actúa a modo de soporte de un intenso sabor a mar que en harmonía casa sutilmente con los frutos de la tierra que lo acompañan.
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Seguidamente nos son servidos unos sabrosos calarmacitos en salsa que acentuaron aún más el sabor a mar en nuestro paladar, continuando la estela de la ventresca.

A modo de transición y punto de encuentro entre el mar y la montaña, uno de los conceptos básicos de la cultura gastronómica de ciudades tan cosmopolitas y abiertas al mundo como Barcelona, no es servido un arroz meloso con verduras y gambas de Palamós a la sal.   

Como plato principal me decanté personalmente por probar uno de sus clásicos de siempre, los canelones de la abuela Maria gratinados con queso y regados con salsa de trufa negra. A modo de regresión, bocado a bocado, se proyectan en mi mente episodios de mi niñez, al recordarme a los canelones que mi abuela preparaba en la cena de Navidad.

A sabiendas de mi pasión por el dulce y la repostería, me sugirieron el pastel de queso con frutos del bosque de otoño, elección con la que decidí poner el broche de oro a un ágape culinario sin precedentes en un espacio tan fuera de lo común como en este caso fue un aeropuerto. De su presentación destacar la composición con la que cuidadosamente es colocado cada uno de los ingredientes que integran este postre.

Durante el café de la sobremesa felicito al maître y a la jefa de sala por la excelente relación cantidad-calidad-precio de la carta.  Algo de agradecer por parte de todos aquellos a los que nos gusta comer y llenar nuestro estómago hasta saciarnos. 
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