Monsieur Privé en el nuevo Restaurante Louis 1856 de Barcelona (Ronda de Sant Antoni 39-41)

Siempre que abrimos o damos comienzo a una nueva etapa en nuestra vida, inconscientemente elaboramos una lista de buenos propósitos, objetivos y metas que cumplir. La ilusión y la emoción del momento nos conduce a dar lo mejor de nosotros mismos con el fin de estar a la altura de nuestras expectativas. Lo mismo sucede cada vez que visitamos un nuevo espacio gastronómico. Partiendo de esta base, la expectación nos hace ser más exigentes, fijarnos más en los pequeños detalles y evaluar con benevolencia todo aquello que lo envuelve. 

Con el paso de los días nuevos personajes se reincorporan a la obra de teatro de nuestra vida, saliendo unos y entrando otros a escena. Teniendo en cuenta que nuestra cultura social mediterránea gira entorno a la mesa, qué mejor para conocer a alguien que invitándole a cenar a un lugar desconocido que actúe a modo de tierra de nadie

Para la ocasión elegí el Restaurante Louis 1856, el nuevo espacio gastronómico del restaurador poseedor de una Estrella Michelin Jordi Vilà que se emplaza en la planta baja de la antigua Fábrica Moritz de Barcelona, un renovado espacio proyectado por el célebre y reconocido arquitecto Jean Nouvel donde tradición y vanguardia van de la mano invitando al comensal a adentrarse en una fascinante experiencia sin precedente que interactúa con los cinco sentidos. 

Con estricta puntualidad llegamos a la hora de nuestra reserva, acompañados por uno de los camareros, tomamos el ascensor que conecta las tres plantas del edificio. Una vez abajo una luz cálida nos da la bienvenida iluminando los centenarios muros de piedra que enmarcan cada espacio. De fondo las barricas y bidones de metal conectan el pasado con el presente y una sutil música de fondo, casi imperceptible, se encarga de recrear una atmósfera de excelencia y supremacía. Como si de la entrada a un universo paralelo se tratase, el tiempo se detiene y todo adquiere nuevas magnitudes, tanto en lo tangible como en lo sensorial. 

Mientras estudiamos la carta nos ofrecen un cóctel como aperitivo, yo me decanté por el más dulce y suave elaborado con una base de cerveza y coronado con semillas de sésamo, una mezcla realmente interesante en cuanto a matices y texturas se refiere. 
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Para amenizar la espera disfrutamos de tres originales tapas de autor. Cual trompé l'oleil, nada es lo que parece y todo comienza jugando con nuestro sentido de la vista.

Lo que cualquiera hubiese dicho que eran unos profiteroles de nata, nos dejaron en estado de shock, nada más lejos de la realidad, se trataba de un suave y esponjoso pan de brioche de mantequilla relleno de crema de queso al roquefort dejando en jaque a nuestros sentidos. 

Las tostadas de tomate en sus tres texturas limpian suavemente el paladar para prepararlo a participar en un juego épico de sabores. Aunque lo que verdaderamente da paso a todo un mundo de sensaciones son las falsas anchoas en escabeche siendo en realidad tiras de pimiento secado y rehidratado en un baño de aceite de oliva virgen. 
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Para maridar este ágape culinario, asesorados por el sommelier, elegimos un Koehler Ruprecht Riesling del 2007, que presentaron y descorcharon exclusivamente para nosotros. 

Al igual que el Nacimiento de Venús de Boticceli, un onírico océano de sensaciones surgía ante nosotros de un tártar de vieira con langostinos y pescado de escamas acompañada de una ensalada de manzana y crema fresca

De su presentación destacar el efectismo de la misma y el cuidado de todos y cada uno de los detalles que lo acompañan. Las vieiras son servidas en un lecho de rocas de mar con algas y una brisa marina producida por el efecto del humo del hielo seco. La sensación que transmite es realmente bella, poesía visual en estado puro. 

Lo que más llama la atención de la vajilla es el contraste que presenta su aspecto y los materiales con los que ha sido realizada. A simple vista parece pesada cerámica pero no lo es, al tocarlo se puede percibir que se trata de ligero y resistente metal.  
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En un espacio que pese a su reciente apertura ya se ha consolidado como un referente nacional e internacional, no es de extrañar que recupere valores perdidos como el emplatado en mesa a la vista del comensal y todo el ritual que lo acompaña con el fin de que los alimentos se saboreen a la temperatura óptima sin perder ninguna de sus propiedades. 

Como entrantes continuamos con unos agnolotti de cerdo ibérico asado "en atadillo" con hebras de queso parmesano y crema de ricotta acompañados con consomé de rabo de buey

Para servir al gusto, cada ingrediente es presentado por separado para que el comensal construya su plato según sus preferencias personales. 
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De primer plato, en un ataque de nostalgia, pedí los calamares rellenos de calamares, papada de cerdo con salsa de curry, albahaca, verduras verdes acompañados de arroz basmati.

El hecho de no servir el plato directamente en la mesa y emplatarlo delante del comensal hace que cada sugerencia sea aún más apetecible. 

Aunque en la carta remienden compartir, tal delicia debe saborearse bocado a bocado hasta saciar la más temible de las gulas.
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La carta, elaborada con productos de temporada, incluye una completa selección de presas de caza con las que saciar el apetito de los más voraces. 

A título personal me decanté por la becada asada al horno en su salsa sobre un lecho de parmentier de patata y queso acompañada de finas láminas de trufa negra, dentro del fascinante universo cinegénetico una de las aves más atractivas y valoradas. 
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El broche de oro a una noche memorable lo pusieron los postres. Los más golosos creerán estar viviendo un cuento de hadas del que jamás querer marchar. Siguiendo la dinámica del servicio, son elaborados frente al comensal. Todos aquellos que al igual que yo son un poco negados para la cocina, siempre viene bien adquirir nuevas técnicas presenciando en directo como se elaboran estos deliciosos platos. 

Pese a que mi oculista el Dr. Vergés me tiene terminantemente prohibido tomar café o cualquier otro estimulante que altere mi presión ocular, me animé a probar el tiramisú a la cuchara, regado con café y coñac. Realmente delicioso! Añadir que cada postre, sea el que sea, se acompaña de una bola de helado artesanal, recomendaros el de frutas del bosque. 

Tras el té, servido directamente de un pequeño bonsái que riegan y podan a diario y un intercambio de miradas cómplices, se bajaba el telón bajo un cúmulo de aplausos al unísono por parte de un público expectante a la espera de un desenlace. 

Desde hoy recomiendo el Louis 1856 como uno de mis restaurantes favoritos de Barcelona, para grandes ocasiones, momentos memorables y escenas dignas de nuestro recuerdo. 

Mi más cordial felicitación a todo el equipo por hacernos vibrar y permitirnos vivir en primera persona un mágico momento como este.